El equipo verdolaga empató 0-0 frente a Cerro Porteño, en el estadio Atanasio Girardot.
El grito de la afición de Nacional les salió del alma. Cuando escucharon el pitazo final, este jueves en Medellín, debieron recoger los nervios del suelo. Habían vivido 90 minutos de un partido de mucha tensión. No de un buen partido. El 0-0 contra Cerro Porteño fue sufrido pero suficiente para clasificar a la final de la Copa Suramericana, para buscar un nuevo título.
Era el minuto 93 y Cerro Porteño aún estaba peloteando, con desespero, pues un solo gol los separaba de la final. Los paraguayos no fueron mejores, pero era una semifinal, y por eso la tensión. Sobre todo en ese segundo tiempo, en el que el partido tomó vida, en el que el juego recuperó las emociones olvidadas en la primera parte y en el que el portero Franco Armani tuvo que ponerse ese traje de héroe que le queda tan a la medida.
Nacional no jugó su mejor partido. Lo hizo como sin afanarse, como sin inquietarse. Apeló a su memoria: a los pases profundos de Macnelly y al desborde de Berrío e Ibargüen explorando las bandas. Intentaban jugar como siempre, solo que esta vez no estaba el goleador Miguel Borja, el gran ausente. Entonces fue Rescaldani el que soportó la presión: la de la marca férrea, la del público vigilante e impaciente.
Cerro, mientras tanto tuvo un poco más de vértigo –no de fútbol–. Corrió más, luchó más, peloteó más. Al fin y al cabo era el necesitado, el que con el 0-0 se estaba despidiendo de la Copa –por el 1-1 en Paraguay–. Sin embargo, sus acercamientos iniciales fueron tímidos. Nada para alarmarse. Qué iba a pensar Armani y toda la afición que les esperaban muchas angustias.
El partido mejoró en la segunda parte. Como era de esperarse, Cerro arriesgó. Atacó más. Pero se encontró con Armani, que atajó todo lo que le patearon los desesperados paraguayos: un remate a quemarropa de Beltrán que desvió de manera improbable; un disparo de media distancia que contuvo con seguridad, pese al efecto y la potencia del balón; un remate cruzado que mandó al tiro de esquina… Armani se encargó de devolverles el aliento a los hinchas. Tuvo una noche de epopeya, como tantas otras.
También, y como era de esperarse, Nacional tuvo muchos espacios. Macnelly siguió lanzando su arsenal de pases, pero sin receptor consolidado: Rescaldani luchó sin fortuna entre los defensores de Cerro; Arias se animó a patear al arco y el portero Silva tuvo que volar para cerciorarse de que la pelota iba afuera. Fueron llegadas que entusiasmaron, pero que carecieron de efectividad. Faltaba el gol. Faltaba Borja.
Berrío no pudo ser el héroe porque cuando por fin quedó en carrera al arco, en completa soledad, el paraguayo Riveros lo atajó con una patada criminal, impúdica. Ni se sonrojó. El único rojo fue el de la tarjeta. Se fue bien expulsado.
El remate del partido transcurrió con drama. Nacional, el campeón de América, el equipo que en el año no ha perdido en casa en torneos internacionales, no fue el Nacional de siempre, pero aun así no cayó. Ya había dado guerra en Asunción, lo confirmó en Medellín. Ahora va por otro título, el de la Suramericana, frente a Chapecoense de Brasil. La afición toma aliento porque quiere gritar otra vez campeón.