La reina del salto triple tuvo, por fin, la deseada medalla dorada que ganó el domingo.
Fue una ceremonia fugaz, de no más de siete minutos, aunque para Caterine Ibargüen debió ser un instante eterno, por lo inolvidable, por lo emocionante. Su sonrisa, más radiante que nunca, y sus ojos, tan brillantes como siempre, hicieron juego con la medalla de oro que colgó, por fin, de su cuello, por ser la ganadora del salto triple de los Juegos Olímpicos de Río.
A las 6:20 p. m., como estaba programado, Caterine, vestida con la ropa deportiva de Colombia, con pantalón azul y chaqueta amarilla, se reencontró con las rivales a las que venció el pasado domingo, en la parte baja del estadio Olímpico. Allí se miraron, se saludaron, hicieron una fila –Caterine en el medio, detrás de la kazaja Rypakova, y delante de la venezolana Yulimar Rojas–. Esperaron unos instantes el llamado.
Antes, a Caterine se le había visto un poco ansiosa. Caminaba de un lado a otro, esperando el momento de subir a la pista atlética a recibir su medalla, la que ganó con tanto esfuerzo y dedicación. Esos minutos previos debieron pasar lentos para ella; mientras tanto, Caterine estuvo firmando autógrafos a personal de los juegos que la asediaron, la saludaron y se llevaron un autógrafo que Caterine firmó sonriente.
Cuando las atletas ya recibieron el llamado, caminaron despacio, ascendiendo unas cortas escalinatas que dividían la parte baja del estadio, de la pista, del podio donde esperaban por verla los privilegiados presentes, y los millones de colombianos a la distancia.
Caterine fue el centro de atención. Caminó hacia el podio mientras sonreía con picardía, enviaba besos y agitaba sus manos con saludos interminables.Pero cuando llegó a la plataforma de premiación, se quedó muy quieta, con las manos enlazadas en su espalda, esperando en silencio los segundos que la separaban de su medalla de oro.
Aplaudió cuando la kazaja recibió su bronce. Sonrió cuando la venezolana recibió su plata. Hasta que llegó su hora. Cuando por los altoparlantes se escuchó su nombre y su país “Colombia”, Caterine dio un saltico a la tarima, que resultó ser el salto más largo de todos: el salto hacia lo más alto del podio. Mientras brincó, estiró ambos brazos a los lados, como presentándose ante los impacientes que esperaban verla ahí.
El israelí Alex Gilady, miembro del Comité Olímpico Internacional, fue el encargado de recoger la medalla de la bandeja. Caterine se inclinó, Gilady le puso la presea dorada, le dio la mano y algo le dijo. Ella solo sonreía y se le vio decir, “gracias”.
Cuando se enderezó y se acomodó el cabello por detrás de la cinta que ya colgaba de su cuello, la medalla por fin brilló en su pecho, tanto como su sonrisa interminable. Con la mano izquierda sostuvo el galardón que le entregan a los medallistas, y con la derecha alzaba la medalla, para mostrarla al mundo.
¿Dónde están las banderas? Preguntó de repente, y miró de lado a lado, anticipando otro momento esperado: el himno nacional. Caterine se mantuvo muy solemne mientras sonaban las estrofas. No cantó, y si lo hizo fue en su mente. De hecho su habitual sonrisa se escondió por esos segundos, mientras la bandera colombiana se izaba a lo más alto del estadio olímpico. Ella parecía absorta, como si quisiera vivir esos segundos para siempre.
Después de que las tres se abrazaron, sonrieron y mostraron sus medallas, los labios de Caterine dibujaron un “vamos ya”. Como impaciente, caminó hacia los fotógrafos que aguardaban por ella debajo de la tribuna repleta de colombianos. A las 6:30 p. m., la ceremonia ya había terminado. Fue un acto fugaz, emotivo e inolvidable.
“Aprovecho para dedicar esta medalla a Dios, a mi familia y a toda Colombia que vibró con esta participación. Gracias a Dios soy parte de la historia de Colombia. Estoy agradecida y orgullosa de escuchar mi himno. Si digo todo lo que siento, me quedo corta”, dijo después a la prensa acreditada y con derechos de TV para Colombia.
Caterine y su medalla desaparecieron justo antes de que cayera una lluvia torrencial, como si el cielo de Río estuviera conteniendo su lluvia hasta que la reina del salto triple se colgara su joya más brillante.
tomado de www.eltiempo.com