El economista Salomón Kalmanovitz viajó a Cimitarra, Santander, el 27 de febrero de 1990, atribulado por la terrible noticia. Silvia Dusan, su esposa estaba muerta. Al llegar al pueblo fue directamente al batallón Rafael Reyes donde estaba el cuerpo de Silvia junto a los otros tres dirigentes campesinos que habían sido asesinados.
El cadáver de Silvia estaba en una mesa fría. kalmanovitz viajó acompañado de Carlos Ángulo, un primo de su esposa; tuvieron que comprar ellos mismos que comprar sábanas blancas para cubrirla. Los militares hacían bromas y comentarios ofensivos y uno incluso se atrevió a hacerle una advertencia sobre su cuñada: “Que Maria Jimena Duzán ni se aparezca por acá que le va mal”.
Silvia Duzán había nacido en Bogotá en 1958. Graduada de economía en la Universidad de los Andes pero periodista nata como su papa Lucio Duzán, vinculado al diario El Espectador, lugar que frecuentaba todos los sábados junto con su hermana María Jimena y del que recuerdan a Guillermo Cano y la casi mágica serpiente interminable de la rotativa.
Colaboraba con artículos para el Magazín de El espectador y disfrutaba de los Rolling Stones y The Who. Devoraba las novelas de Patricia Highsmith y los iconoclastas cuentos de Chales Bukowsky. Pero quería hacer periodismo de largo aliento. En 1989 viajó a Medellín. Su amigo, Alonso Salazar, quien acababa de sacar su reportaje, ya clásico, No nacimos pa’ semilla, la ayudó a contactarse con uno de los muchachos de la Comuna 13 que mataba a sueldo para Pablo Escobar. Estuvo con él seis meses. Quería escribir un libro que retratase la vida de un sicario. Era casi temeraria a la hora de lanzarse al terreno de la reporteria. Por eso, a comienzos de 1990, aceptó el reto que le terminaría costando la vida.
El Canal 4 de Londres contactó a Maria Jimena quien en esa época trabajaba para El Espectador. La idea era hacer un documental para la televisión inglesa que retratase la resistencia pacífica de comunidades campesinas en Colombia ante el embate de la guerra, con la Zona de Reserva Campesina en Cimitarra Santander como eje central. Los tiempos a Maria Jimena no le daban y le pidió a su hermana Silvia que la reemplazara.
Se contactó inmediatamente con los líderes de la zona, Josué Vargas, presidente de la ATCC, Miguel Ángel Barajas, vicepresidente y Saúl Castañeda, otro integrante de la asociación. Fueron decenas de horas de entrevistas en Cimitarra y Bogotá en donde se exaltaba la labor de estos líderes contra el embate de las nacientes autodefensas de Ramón Isaza en el Magdalena Medio.
En la agenda había una fecha clave para acabar el documental, el 26 de febrero de 1990. El propio Salomón Kalmanovitz la llevó en la madrugada del jueves 25 a El Dorado para que tomara el avión hasta Bucaramanga. El vuelo fue cancelado. Sin desalentarse tomó un Autobus y en 16 horas llegó a Cimitarra. Era el atardecer del viernes 26 cuando la recogieron en la terminal del pueblo los líderes Josue Vargas y Saúl Castañeda. La acompañaron a dejar la maleta en un hotel y luego fueron al restaurante La Tata. El ambiente estaba enrarecido. Desde temprano los habitantes del pueblo le habían advertido a Silvia Duzán que había un extraño movimiento de motos. Incluso gente en el restaurante afirmó haber visto merodear a El Mojao y otros reconocidos paramilitares de la zona en el local. Llamaron a la policía quien prometió patrullar. Nunca llegaron.
A las 9:32 de la noche entró El Mojao y otro acompañante disparando sus metralletas en el restaurante. Josué Vargas, Saúl Castañeda y Miguel Ángel Barajas murieron instantáneamente. Silvia Duzán, herida en el pecho, fue trasladada a un puesto de salud en donde fue desentendida y murió desangrada.
Maria Jimena Duzán estaba en Estados Unidos forzada por las amenazas de Pablo a Escovar y sus matones que le cobraban la investigación que develo el compromiso con el narcotrafico del entonces representante a la Cámara Pablo Emilio Escobar Gaviria. Apenas comenzaba su exilio cuando ocurrió la tragedia que 28 años después, le pesa sin tregua y que intentó exorcisar en su libro autobiográfico “Mi viaje al infierno”.
Aunque por la masacre las autoridades investigaron a Alejandro Ardila, alias El ñato, a Hermógenes Mosquera, alias El Mojao, Armando Suescún, candidato a la Alcaldía de Cimitarra, Carlos Atuesta de la ATCC y 34 personas más. No condenaron a nadie. El crimen de su hermana, como tantos otros, había quedado impune, pero le marco para siempre su actitud frente a la guerra y también de cara a la pasión que compartio con su hermana: el periodismo.